El diciembre de 2018, desaparece Jorge Manrique Villa, un transportista madrileño de 48 años. El día que se le pierde la pista, tenía que hacer el viaje Barcelona-Madrid con su furgoneta para trasladar una mudanza de un cliente. Pero pasan los días y la mercancía no llega a su destino. Sus padres, que ya son mayores, y su hija adolescente creen que ha tenido que pasar algo grave, porque es una persona sin enemigos y con una vida estructurada.

El asesino de Eva Blanco logra huir sin ser descubierto. Tras más de una década investigando, la Guardia Civil no ha podido saber a quién pertenece el esperma encontrado en el cuerpo y la ropa de la víctima. Pero, en 2013, cuando faltan cuatro años para que el delito prescriba, el grupo de homicidios halla un hilo del que tirar: los avances científicos en el estudio del ADN permiten conocer datos inéditos sobre el sospechoso, como su origen geográfico.

En 1997, Eva Blanco, una adolescente de 16 años, es hallada muerta en la cuneta de una carretera en obras. El crimen conmociona al pueblo de la joven, Algete, al norte de Madrid. La víctima, que está perfectamente vestida, presenta múltiples cuchilladas en la espalda y la cabeza. La madrugada de los hechos llueve a cántaros y el agua borra casi todas las pistas de la escena del crimen, menos una: una muestra de semen que pertenece a un hombre desconocido.