Page de couverture de La Invasión De Los Blatidos y Más

La Invasión De Los Blatidos y Más

La Invasión De Los Blatidos y Más

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Cuca – La Invasión de los Blátidos (1992) A principios de los noventa, cuando el rock mexicano buscaba una nueva voz tras la resaca ochentera, desde Guadalajara emergió una banda que no quería sermonear ni predicar... quería reírse, escupir, sudar y sonar fuerte. Se hacían llamar Cuca, y su debut, La Invasión de los Blátidos, llegó en 1992 como una bomba de irreverencia, guitarras sucias y sarcasmo corrosivo. El título mismo es una declaración: “Blátidos”, del orden de los Blattodea, las cucarachas. Una metáfora que la banda hizo suya para irrumpir en la escena nacional como una plaga rockera que nadie podía ignorar. Grabado en los estudios Audio Arte de Guadalajara y mezclado en Sunset Sound Factory en Los Ángeles, el disco fue producido por Jorge “La Chiquis” Amaro junto con la banda. Pero más allá de la técnica, lo que distingue a este álbum es la actitud: una mezcla de humor negro, crítica social y un deseo salvaje de no tomarse en serio. Desde el primer riff de “Cara de Pizza”, el oyente entra en un universo donde el absurdo y el poder se dan la mano. La voz rasposa de José Fors es el vehículo perfecto para una lírica que se mueve entre el sarcasmo y la provocación. “El Son del Dolor” se convirtió en himno instantáneo: con su ritmo de rock pesado, su riff inconfundible y esa especie de ironía existencial que la vuelve tan pegajosa como incómoda. En “Hijo del Lechero” y “La Pucha Asesina”, la banda se burla de las convenciones morales con un sentido del humor tan grotesco como liberador. Mientras que temas como “Don Goyo” y “Qué Chingaos” muestran la raíz más local y callejera de la Cuca: una banda que hablaba el mismo idioma que su público, con todas sus groserías, su doble sentido y su autenticidad brutal. El sonido del disco mezcla hard rock, metal y punk, pero con guiños inesperados: trompetas, saxofones y hasta un violonchelo que aparecen entre la distorsión. Esa mezcla tan peculiar convirtió al álbum en una rareza dentro del rock nacional, una especie de caricatura sonora que reflejaba sin pudor el caos urbano, el machismo, el deseo y el desencanto noventero. Treinta años después, La Invasión de los Blátidos sigue siendo un testimonio incómodo y necesario. Su lenguaje puede parecer excesivo o políticamente incorrecto, pero detrás del desmadre hay una radiografía aguda del mexicano promedio, de su humor y su cinismo. Cuca no vino a salvar el rock: vino a ensuciarlo, a hacerlo divertido otra vez. Con este disco, los tapatíos lograron algo más que fama: crearon una identidad. Una que huele a cerveza caliente, a taller mecánico, a rebeldía y carcajada. Una que, tres décadas después, sigue viva en cada riff, cada grosería y cada risa que provoca. “La Invasión de los Blátidos” no fue solo un debut: fue una declaración de guerra del rock mexicano contra el aburrimiento.
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