El panorama de vida de una persona en prisión es desconcertante. La esperanza y el optimismo por trascender se evapora entre la presión de los muros, que cada día parece que aprietan más a quienes viven dentro. El Estado, por su parte, aunque hace sus esfuerzos por resocializar a los convictos, no ha conseguido ser eficaz con sus estrategias educativas y laborales. No obstante, hoy en día hay más de 3.500 privados de la libertad que vieron una luz entre las celdas cuando el fulgor del evangelio renovó sus vidas. La espiritualidad, en definitiva, ha conseguido grandes logros en términos de resocialización en Colombia a partir del trabajo evangelístico de la IPUC y otras organizaciones religiosas.

Jorge Ortega y José Becerra crecieron en un entorno difícil. El primero es huérfano de ambos padres, y el segundo es víctima de maltrato intrafamiliar. La vida les enseñó a ser bruscos; a no dejarse de nadie; a hacerse respetar sin importar lo que haya que hacer. Las drogas, el alcohol y los pleitos que enmarcaban su vivir hizo que cayeran en prisión. Son historias independientes, pero con un desarrollo similar y un mismo desenlace: la transformación sobrenatural que experimentaron tras recibir el evangelio en la cárcel de Pamplona y su posterior resocialización. 

A diferencia de las demás historias, Osnaider Lemus no cometió ningún delito que justificara su entrada a la cárcel. Sin embargo, aquella sentencia injusta que determinó la privación de su libertad devendría en gracia y bendición a favor de su vida. Mientras cumplía su condena, la incertidumbre de la cotidianidad carcelaria lo motivó a descargar sus penas en Dios. Su pasión por leer la Biblia y predicar el evangelio le llevó a ser un ejemplo para otros creyentes y a ayudar a muchas personas dentro de la cárcel. Aunque él no era un delincuente, sus seres queridos declaran que, desde entonces, Osnaider es una persona completamente distinta. 

Luis Felipe Casadiego era un hombre temido por todo el corregimiento de Aguaclara, Cúcuta. Su mal proceder lo llevó a ser capturado por las autoridades el mismo día que su primer hijo cumplió un año de nacido. A partir de entonces, la rudeza con la que enfrentaba la vida empezó a ablandarse. La realidad penitenciaria lo golpeó de una forma tan cruel que sintió la necesidad, por primera vez en su vida, de entregarse de manera sincera a la voluntad de Dios. Cuando salió de la cárcel era irreconocible; la humildad y mansedumbre que irradiaba solo podía ser producto de un evento sobrenatural.

Él realmente pensaba que la manera correcta de hacerse rico era robar a las otras personas; diferentes tipos de hurto lo condujeron a la Cárcel Modelo de Cúcuta. Pero cuando Héctor Pérez, en medio de su angustia por el encierro penitenciario, decide acudir al auxilio divino, su manera de pensar empezó a cambiar. La oración y lectura de la Biblia suscitaron en él una bondad que nunca antes hubo en su vida.

Nació en una familia violenta; sus tíos, primos, y demás familiares estuvieron siempre involucrados en conflictos agresivos. Así entonces, Luis Serrano aprendió a ser impetuoso desde su infancia, llegando a cometer su primer acto de sangre a los 13 años, tras dispararle a un muchacho con arma de fuego. Sus múltiples crímenes violentos y su participación en un grupo armado lo llevaron a la cárcel en once oportunidades. Aun dentro del penal ejercía su autoridad como cacique del patio. Sin embargo, un día llegó un predicador evangélico con un arma más poderosa todavía. Cuando Luis escuchó el mensaje de la Biblia, su vida cambió para siempre.

El evangelio es el mensaje de salvación de Dios hacia los hombres y desde hace 2 mil años se propone como una alternativa de vida para todo aquel que se encuentre en oscuridad y desesperanza. Asesinos, ladrones, subversivos e incluso sicarios han sido transformados ante los ojos de los hombres que dan su testimonio en esta producción. De hecho, varios aseguran que ellos mismos fueron delincuentes, pero desde que la palabra de Dios renovó su entendimiento, fueron restaurados espiritual y moralmente, de modo que hoy son ejemplo de personas honradas y de buen juicio.

Actualmente hay casi 100 mil personas cumpliendo su pena en las cárceles de Colombia. El hacinamiento, las consecuencias psicológicas del encierro y el ambiente de peligro constante que se respira entre los muros hace que los privados de la libertad vivan una realidad que, lejos de resocializarlos, les deja traumas psicológicos e incentiva que continúen delinquiendo. Sin embargo, exreclusos y pastores de la IPUC testifican que en el desarrollo espiritual se vislumbra una verdadera oportunidad de resocialización.