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Al fondo, en el último rincón, una heroína sensible, paciente y menospreciada. Una mujer que «había dejado atrás la edad de ruborizarse; pero no, desde luego, la de las emociones»; y que ahora, ocho años después de haber rechazado, persuadida por un mal consejo, al hombre que amaba, ve como éste reaparece en su vida, rico, honorable, pero aún despechado. Una mujer que, quizá por primera vez en la historia de la novela, debe luchar para que el amor le conceda una segunda oportunidad.

Cecilia Toussaint le da voz a Frida Kahlo. Ocho días antes de morir, Frida Kahlo cogió sus pinceles por última vez y escribió sobre la pulpa roja de la sandía: «Viva la vida. Coyoacán, 1954». Pocos meses antes, le habían amputado la pierna derecha y notaba, ahora sí, cómo sus fuerzas desaparecían para siempre, cómo la vida se alejaba de ella. Esta última naturaleza muerta no era casual, era su adiós definitivo, colorido y optimista, como era ella, a pesar de los reveses que la vida le había ido dando hasta entonces.

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Una historia de amor contagiosa. Han pasado seis meses desde que el mundo fue azotado por una pandemia. El virus está mutando, lo cual imposibilita la búsqueda de un tratamiento y aproximadamente la mitad de la población mundial ha fallecido. Estar cerca de otro ser humano es una sentencia de muerte. La gente rica tiene la posibilidad de alojarse en un hotel de lujo en el centro de Estocolmo y escapar así del caos que reina en el exterior. Los huéspedes reciben su comida con las precauciones necesarias y todo está organizado para que nunca se encuentren entre sí.

Cecilia Toussaint le da voz a Frida Kahlo. Ocho días antes de morir, Frida Kahlo cogió sus pinceles por última vez y escribió sobre la pulpa roja de la sandía: «Viva la vida. Coyoacán, 1954». Pocos meses antes, le habían amputado la pierna derecha y notaba, ahora sí, cómo sus fuerzas desaparecían para siempre, cómo la vida se alejaba de ella. Esta última naturaleza muerta no era casual, era su adiós definitivo, colorido y optimista, como era ella, a pesar de los reveses que la vida le había ido dando hasta entonces.

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Entre los años 2003 y 2006 aparecieron, en solitarias habitaciones de la Ciudad de México y víctimas de una particular saña, los cadáveres de mujeres de la tercera edad. Uno de los símbolos más venerados por la idiosincrasia mexicana se había convertido en presa de una escurridiza cólera. Con autoridades incapaces de poner un alto a esta sucesión de asesinatos, la indignación y el miedo se extendieron por toda la urbe. Así surgió la leyenda de la Mataviejitas, ente creado por la nota roja y el folclore urbano como responsable de los misteriosos crímenes.