En el siglo IV, un grupo de monjes huyeron de Roma a causa de la persecución del emperador Diocleciano contra los católicos y se refugiaron en el Monte Titano donde, comprometidos con su fe, construyeron un pequeño templo con piedras de una cantera cercana. Aquella pequeña comunidad, en pleno corazón de la península itálica, fue creciendo y estableciendo sus propias reglas, totalmente independientes de los ducados que le rodeaban. En el año 1243, se formó el primer consejo comunitario para organizar su política interna y en 1291 el Papa Nicolás IV le dio a esta comunidad el reconocimiento de estado independiente, convirtiéndose en la primera república del mundo, cuya autonomía fue confirmada en 1631 por el Papa Urbano VIII. Entre los monjes que fundaron aquella comunidad, se encontraba un cantero que daría nombre, siglos después, a esta república: San Marino. Cientos de años más tarde, en una esquina de la Península Ibérica, miles de personas, hartas de ser olvidadas por el estado español, intentaron emular lo ocurrido en el Monte Titano poniendo en marcha un sueño que unió al movimiento obrero y al nacionalista y que duraría tan solo unos días: la desconocida y olvidada I República Gallega