Épisodes

  • S01E04 El olvido como triunfo evolutivo
    Jul 29 2025

    El olvido como triunfo evolutivo



    Si nos animamos —aunque sea por un rato— a calzarnos los zapatos del protagonista, a veces me convenzo de que ciertas enfermedades cognitivas no son una maldición, sino un premio sofisticado que la evolución nos entrega con su oscura sabiduría.


    Tener buena memoria, llegada cierta etapa de la vida, puede convertirse en una trampa elegante. Porque los recuerdos no vienen solos: traen emociones atadas con hilo grueso, y no siempre son dulces. Algunos revientan como latas oxidadas, otros supuran nostalgias que no pedimos. Así, casi sin aviso, quedamos presos en un tiempo que ya no existe. Nos aferramos a una moda, a un ritmo, a una ideología como náufragos de nuestra propia historia, incapaces de soltar ese madero flotante, aunque ya esté lleno de termitas.


    Y ahí es donde el olvido aparece no como enemigo, sino como salida de emergencia. Una especie de amnesia piadosa, una anestesia lenta para el alma. La única puerta no quirúrgica al laberinto donde vive la resignación perpetua.


    Por eso creo que el secreto está en vivir lo mejor posible con lo que nos toca, agradecer aunque sea con los dientes apretados, y mirar para adelante… y para arriba. Porque el día que toque partir —como entiendo que pasa—, la muerte llegará como quien viene a buscarnos después de una larga espera. Y nos llevará de un estado a otro sin que apenas lo notemos. Sin ruido. Sin previo aviso.


    El dolor o el alivio, en todo caso, quedarán vibrando por un tiempo —solo por un rato— en la memoria de unos pocos que aún sigan vivos… y se acuerden de nosotros


    Me llamo Pablo Mera.

    Soy de Peñarol , rugbier, sangre A+ y tartamudo y nada de lo anterior va a cambiar.


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    7 min
  • S01E06 No pensar: mandatos y tabúes
    Jul 28 2025


    Hay un mandato en nuestra generación que nos comió la cabeza. Todo se resolvía con frases hechas. "El hombre no llora", "Las mujeres son tal cosa". La vida, simplificada hasta la brutalidad. Pero esa simplicidad era, en realidad, devastadora.


    No pensar era más fácil. ¡Claro que sí! Sobre todo para los que crecimos en una época donde la dictadura no sólo estaba en la Casa de Gobierno, sino también en el hogar. Donde las preguntas estaban prohibidas y la obediencia era ley.


    Y un día, con el tiempo, nos dimos cuenta: ¿Y si todo lo que creíamos era una mentira? Algunos logramos reformatearnos. Otros se quedaron atrapados en un laberinto de mandatos sin salida, aferrados a una vida irreal.


    "El corazón del hombre necesita creer algo, y cree mentiras cuando no encuentra verdades que creer". - Mariano José de Larra.)


    Y así, la salud mental se convirtió en otro tabú más, una más en la lista interminable de formas de manipularnos. Porque si pensás, si cuestionás, si te duele... molestás.


    Honramos filosofías de nuestros mayores porque "había que obedecer". Padres, abuelos, curas, profesores... Si hoy estuvieran vivos, si tuvieran que enfrentarse a este mundo, ni sabrían por dónde empezar.


    Pero la historia sigue igual: "El hombre no llora, la mujer es tal cosa". Y así, muchos eligen la ignorancia, otros se anestesian con falopa y alcohol, y los que piensan demasiado terminan ahogados en su propia tormenta mental.


    Porque, al final del día, la orden sigue siendo la misma: NO PENSÉS.


    Me llamo Pablo Mera y algunos me dicen "trompo". Soy de Peñarol , rugbier, sangre A+ y tartamudo y nada de lo anterior va a cambiar.

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    12 min
  • S01E05 Lo intangible y su efecto brutal sobre lo tangible
    Jul 28 2025



    Hoy el ego y la comparación gobiernan la vida de varias generaciones,


    así en la Tierra como en la Matrix.


    Son las nuevas fuerzas invisibles: una religión sin dioses, pero con algoritmos.



    El ego —esa cocaína digital que esnifamos con cada scroll—


    nos hace adictos a la validación vacía,


    a la necesidad de vernos bellos, felices y exitosos


    en el espejo mentiroso de las redes sociales.


    Y la comparación, esa sombra que siempre susurra "mirá lo que el otro tiene",


    empuja a muchos a decisiones temerarias,


    a correr carreras sin meta,


    a intentar alcanzar estándares diseñados para no ser alcanzados.



    Pero esto no empezó con Internet.



    En los años 60 y 70,


    sin Wi-Fi ni filtros de Instagram,


    el argentino Palito Ortega ya nos vendía una fantasía igual de tóxica:


    la familia ideal, el amor eterno, el padre ejemplar y la madre cantarina.


    Su música, tan simplona como los hits de Elegante hoy,


    fue una heroína emocional para toda una generación.


    Endulzada, sí… pero letal.


    Porque en esa postal perfecta,


    muchos de nosotros nos sentimos fuera del cuadro,


    impuros, equivocados, incompletos.



    Y ahí también empezó la gran desconexión.



    Hoy todo eso sigue vibrando, pero multiplicado.


    Las redes sociales —que no son redes, ni son sociales—


    tejieron un entramado invisible y pegajoso


    donde se enreda lo real, lo imaginado y lo impostado.


    Ahí vivimos muchos: bailando en un escenario de hipocresía,


    pretendiendo que todo está bien,


    mientras nos devora el hambre de ser otro.



    Y así, lo intangible —la imagen, la apariencia, la promesa vacía—


    sigue teniendo un efecto brutal sobre lo tangible:


    el cuerpo, la salud mental, las decisiones, la vida.



    Y sin darnos cuenta,


    la felicidad se volvió un espectáculo privado


    que nadie siente pero todos aplauden.



    Me llamo Pablo Mera y algunos me dicen "trompo".Soy de Peñarol , rugbier, sangre A+ y tartamudo y nada de lo anterior va a cambiar.



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    8 min
  • S01E03 -La tartamudez y otras fortalezas
    Jul 27 2025


    Me llamo Pablo Mera.

    Soy de Peñarol , rugbier, sangre A+ y tartamudo. Nada de lo anterior va a cambiar.


    En esta vida, he tenido algunos aciertos… pero también he cometido casi todos los errores que uno puede imaginar. Por eso escribo: para que algo de lo que aprendí, a fuerza de tropiezos, le sirva a alguien más. O, al menos, para dejar constancia de que se puede vivir con todo eso a cuestas, y aun así seguir soñando.


    Anoche tuve un sueño intenso, casi cinematográfico. En él, una idea me golpeó con la fuerza de una revelación. Y al despertar, supe que debía compartirla.


    La idea es simple, pero poderosa: todos desarrollamos, de manera casi orgánica, ciertas fortalezas que vienen a compensar nuestras debilidades. El secreto no está en negar nuestras carencias ni en obsesionarnos por ser los mejores en aquello para lo que no fuimos hechos. El secreto está en aceptar nuestras sombras… y aprender a brillar en lo que sí.


    Una epifanía, sí. Y aunque suene a obviedad, te aseguro que no lo es.


    En mi caso, esa epifanía tiene nombre propio: la tartamudez. Durante muchos años fue mi cruz, mi martirio íntimo. Cada palabra era una batalla, cada conversación un campo minado. Me entrené en el arte de evitar ciertas frases, ciertos sonidos, ciertas situaciones. Y así, casi sin darme cuenta, empecé a construir puentes alternativos para llegar a la orilla del entendimiento.


    La necesidad de evitar largas explicaciones me empujó a desarrollar una habilidad inesperada: la capacidad fulminante para la metáfora. Como si el alma, queriendo hablar sin trabas, encontrara atajos poéticos. Como si cada pausa forzada me diera tiempo para ver el mundo de otra manera. Hoy lo siento como un superpoder. Un don natural, instalado en mí como una app nativa del sistema operativo de mi mente. Es mi manera de transformar el dolor en belleza.


    Y en esta reflexión, me permito algo más íntimo todavía: mirar con ternura a ese niño que fui, frustrado frente al espejo, intentando decir su nombre sin que se le enrede en la lengua. Quiero decirle —como quien le habla al niño que aún vive en uno— que valió la pena. Que no fue en vano. Que el silencio forzado parió una voz distinta. Más lenta, sí, pero más profunda. Más certera. Una voz que no se apura porque aprendió a decir mucho… con poco.


    Ahora sé que cada tartamudeo fue un ensayo de mi alma buscando su tono.


    Y si este capítulo llega a alguien que siente que su dificultad es una condena, o que su defecto lo margina, o que nunca va a poder hablar con claridad, quiero decirle algo simple pero verdadero: va a pasar. Y tal vez —solo tal vez— tu mayor poder aún no se ha manifestado del todo.

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    8 min
  • S01E02 - La Arquitectura del Destino Feliz
    Jul 27 2025


    La vida me ha hecho creer.

    No en dogmas rígidos ni en fórmulas exactas, sino en lo bueno, en lo milagroso, en lo inesperado que se planta en medio del caos con cara de posibilidad.

    He aprendido que, así como la patria o la religión son construcciones personales compartidas entre quienes tambien eligen creer, también el destino feliz es una arquitectura íntima que se edifica ladrillo a ladrillo, con deseo, con dolor, con fe.

    Yo he elegido construir un futuro estable, placentero, lleno de pausas suaves y descubrimientos alegres.

    No porque el mundo me lo haya prometido, sino porque lo he deseado lo suficiente como para que exista.

    El estoicismo puro, con su culto al aguante, no me ha salvado.

    Tampoco lo draconiano, con su culto al castigo.

    Ni a mí, ni a quienes amo.

    Stiglitz dijo que el nivel financiero del 99% no cambia.



    Y tal vez tenga razón.

    Pero yo sostengo que hay una grieta en esa estadística, un margen donde lo improbable florece.

    Allí habita la fuerza del deseo, la fe que no pide permiso y el milagro cotidiano de seguir creyendo en lo imposible.

    Porque aunque el sistema no esté diseñado para mí, yo sí estoy diseñado para la esperanza.






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    17 min
  • S01E01 - Manual del Inadaptado Lúcido
    Jul 27 2025


    Manual del inadaptado lúcido


    No fumo, no tomo, no me drogo. No me escondo en el fútbol ni me disuelvo en multitudes que gritan goles para tapar vacíos. No corro detrás del último gadget ni colecciono experiencias de catálogo. Me cuido, sí. Pero no por moralismo: por autodefensa.


    Mi único escape —si es que hay que tener uno— es pensar. Leer. Dudar. Investigar. Raspar la superficie hasta que arda. Ya sé cómo suena: elitista, solemne, insufrible. Pero no. No hay pedestal acá. Hay calle, hay piel, hay ojeras de insomnio filosófico.


    Lo intenté, eh. Años jugando a ser "normal", disfrazándome de ligereza, forzando pertenencias que me apretaban como un traje ajeno. Probé la liviandad y me dio acidez. Fracaso rotundo en el arte de hacer como que no me importa.


    Y descubrí que no es valentía ni rebeldía: es incapacidad para anestesiarme. No puedo no sentir, no pensar, no cuestionar. Y en este mundo que aplaude al distraído y castiga al intenso, ser así es casi un acto criminal.


    Pero acá estoy. Sin atajos. Sin disfraces. Con la conciencia como única adicción.

    Listo para llevar a buen puerto otro desafío.


    Me llamo Pablo Mera.

    Soy de Peñarol , rugbier, sangre A+ y tartamudo. Nada de lo anterior va a cambiar.


    En esta vida, he tenido algunos aciertos… pero también he cometido casi todos los errores que uno puede imaginar. Por eso escribo: para que algo de lo que aprendí, a fuerza de tropiezos, le sirva a alguien más. O, al menos, para dejar constancia de que se puede vivir con todo eso a cuestas, y aun así seguir soñando.



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    11 min